Desde el Consejo General de Colegios Oficiales de Médicos, a través de la Comisión Asesora COVID19, queremos aportar algunas reflexiones sobre la estrategia de vacunación, al hilo de los debates existentes:
Vacunación en menores de 6 a 12 años
Próximamente, tendremos que enfrentarnos a la decisión de vacunar a niños entre 6 y 12 años, para los cuales es previsible que se presenten solicitudes de autorización a la FDA y la EMA.
En este debate, que supondrá un nuevo reto para las estrategias vacunales, múltiples argumentos apelan a las ventajas de ampliar la vacunación al ámbito pediátrico, apuntando a que refuerza la inmunidad de rebaño al evitar que los niños contagien a sus familiares.
Lo cierto es que la inmunidad que genera superar la infección o haber recibido la pauta completa de vacunación parece que no tiene carácter “esterilizante”, de forma que el virus puede seguir circulando y propagándose a través de personas inmunizadas aunque no genere morbilidad clínicamente apreciable o solamente provoque casos paucisintomáticos, es decir, con signos muy leves de enfermedad. Si esto es así -y parece que es lo que ocurre con la variante delta-, el concepto de inmunidad de grupo o rebaño pierde gran parte de su significación práctica.
En base a esto, la vacunación pasaría a ser un instrumento clave en la protección individual para no padecer la enfermedad o para que esta no revista de gravedad clínica ni produzca un elevado número de hospitalizaciones o fallecimientos. Pero, por otra parte, también aportaría un papel en la protección de los contagios en la medida en que pueda reducir -aunque no eliminar- la probabilidad de que un inmunizado transmita el virus.
En todo caso, el argumento de vacunar a los niños para proteger a sus familiares se torna más débil y pierde peso.
Si la COVID-19 mantiene el perfil de infectividad, morbilidad y mortalidad que hoy muestra su variante delta, y el efecto de protección de rebaño no acaba de materializarse, cabría anticipar lo siguiente:
Desde el ámbito de la profesión médica creemos que cualquier acción política o estrategia debe estar fuertemente anclada en la mejor evidencia científica disponible en cada momento.
Es igualmente esencial transmitir a la sociedad que los cambios de rumbo, cuando los aconseja el nuevo conocimiento o la evolución de la propia pandemia, no cuestionan la validez de lo que hacemos, sino que la refuerza.
Ante la incertidumbre de la ciencia y la variabilidad inevitable de las respuestas ante la pandemia, es necesario que la autoridad sanitaria extreme el asesoramiento y la participación y evite la excesiva reactividad ante presiones políticas, mediáticas o de redes sociales.
Finalmente, conviene que las diferentes autoridades sanitarias (central y autonómicas) y las instituciones científicas y sociales implicadas se cohesionen y marquen una senda de acción común, coherente y racional. Para que puedan hacerlo, todos debemos contribuir, porque a todos nos beneficia que en tiempos de turbulencia haya un esquema de gobernanza colectiva sobre el cual articular las respuestas conjuntas.
Madrid, 23 de noviembre de 2021